Mentiroso, mentirosa…
Todo el mundo miente. Es un hecho. Hay muy poca gente, realmente muy poca, que no diga mentiras. Dicho así suena radical, pero si entras en matices, es muy fácil acabar pillando a todo el mundo. Los hay que hablan de “mentirijillas”, «mentiras blancas», o cualquier tipo de decoración para que la trola parezca menos grave.
Veamos. Si un encuestador te para por la calle pregunta un día cada cuánto te acuestas con tu pareja o si te preocupa el tamaño de tus genitales, ¿qué responderías?
Reconozcámoslo: todos mentiríamos. O, como mucho, intentaríamos desviar el tema con alguna excusa tipo «yo no pienso en estas cosas».
Pero es mentira. Y hay alguien que sabe toda la verdad. Alguien que conoce perfectamente nuestros secretos y los guarda. Se llama Google. Y lo sabe, porque existe un registro de las búsquedas que hacemos. Todas las búsquedas. Incluso aquellas sobre las que ahora mientes.
¿Te imaginas poder procesar y estudiar toda esa información, todas las preguntas que se han hecho en el buscador de Google desde el día 1? Eso nos ayudaría, como poco, a conocer un poco mejor a la humanidad, ¿no?
Cuando escribimos en la pequeña ventanita blanca del buscador lo hacemos sin censura. Sin miedo. Porque nadie más que nosotros sabe lo que ponemos. Bueno, nosotros y Google, que es quien nos da el resultado. Pues de eso se trata. Las búsquedas que hacemos, dónde las hacemos y en qué momento, dicen mucho.
Somos lo que “googleamos”.
Seth Stephens-Davidowitz ha estudiado estos datos. Y lo explica perfectamente en su libro “Todo el mundo miente”: «En la intimidad del buscador somos racistas, egocéntricos, viciosos, depresivos y obsesionados con el sexo«. Los hombres preguntan más por su pene que por la suma de pulmones, hígado, pies, orejas, nariz, garganta y cerebro. “Mi novio no quiere acostarse conmigo” duplica la búsqueda en mujeres que en hombres. El tamaño del pene, es además una de las búsquedas – estrella (algo que quizá nos podemos llegar a imaginar) pero sorprende que las mujeres hagan tantas preguntas de sus genitales como los hombres. Una de las preguntas -estrella es “cómo dar mejor sabor a mi vagina”.
«En la intimidad del buscador somos racistas, egocéntricos, viciosos, depresivos y obsesionados con el sexo»
Más allá de la anécdota, está la parte sociológica del asunto. Tras los anuncios de la SuperBowl, por ejemplo, aumentan las búsquedas de los productos anunciados. Tras la matanza de San Bernardino, en California en 2015, las búsquedas de “musulmanes terroristas”, “musulmanes violentos” se multiplicaron. Y lo que es peor, las búsquedas de “matar musulmanes” se multiplicaron por tres.
El análisis de los datos masivos (lo que llamamos Big Data), va más allá de los datos en sí mismos. Es cierto que si áreas como la psiquiatría, la sociología o la psicología realizaran sus estudios con este tipo de datos, los resultados sería mucho más representativos que actualmente (que se realizan con muestras muy pequeñas).
Pero, además, contamos con la ventaja del análisis en el entorno. Es decir, el momento en que se producen. El lugar donde se producen. ¿Cómo reacciona la población después de un discurso de su presidente? ¿Qué búsquedas se realizan tras un magnicidio? ¿Después de los resultados de un partido de fútbol? ¿Y tras unas elecciones? ¿Qué pasa tras el descubrimiento de un escándalo?
Es una información tan sincera, que nos avergüenza reconocerla
Tomar el pulso a la sociedad tras un evento en un lugar concreto o de forma general es una herramienta de doble filo. Podemos testar, podemos probar, podemos corregir. Pero también podemos manipular. Los recientes escándalos de manipulaciones electorales en Estados Unidos a través de los datos de Facebook siguen este mismo patrón.
Al fin y al cabo, es una fuente de información muy fiable y real. De nuestra opinión. De nuestra forma de pensar. De nuestras dudas y preguntas. Una información tan fiable que, si nos preguntase, seguro que mentiríamos antes de decirla.