El traje nuevo del Emperador
La responsabilidad para con nuestro cliente es tan importante como la responsabilidad para con nosotros mismos. Y, a veces, no es nada fácil predicar en el desierto.
Esto no es lo que parece
A veces nos vemos en la obligación de desnudar al emperador, y no es plato de buen gusto. Pero nos debemos a lo que hacemos; a nuestros clientes. Hay algunas empresas de comunicación que venden humo, otras que simplemente se equivocan (de eso hablaremos en otro momento) y otras que hacen bien su trabajo. El caso es que los clientes quieren contar con profesionales, como el emperador quiso contar con los mejores sastres.
Pero no es oro todo lo que reluce, a estas alturas es obvio. No nos engañemos. Se puede vender oro por cobre (ni con una capita de baño). Al emperador le vendieron el hilo de oro ficticio al igual que la seda. Y el emperador, por no quedar mal, se tragó el cuento y compró como publicidad lo que no era más que un poco de maquillaje. Existe una gran diferencia entre los que se esfuerzan y quien recurre al recurso fácil. Eso no vale, no sirve. Somos los encargados de gestionar la confianza de nuestros clientes y, por ende, de los suyos.
A nadie le gusta señalar a un compañero de profesión. Pero hay campañas que no lo son, mailings que no lo son y multitud de trabajos que pasan por publicidad, cuando solo es una capita de baño. Esto es comunicación, amigos. Credibilidad o muerte. No es dinero, no es estatus, no es notoriedad, no es hacerle la rosca a nadie. Es responsabilidad.
Si el emperador va desnudo, va desnudo. Y punto.
Esto sí es lo que parece
Pero también somos ese niño que se enfrenta a tu producto por primera vez. Con la misma inocencia con que lo hiciste tú. Con la misma sensibilidad. Con las mismas ganas. Tenemos las herramientas, tenemos la preparación, tenemos la experiencia. Eso sí, no podemos hacerlo sin saber. A tontas y a locas, la liamos seguro.
Es bueno volver a esa inocencia de un niño que se acerca a tu producto y pregunta. ¿Y esto por qué es así? ¿Y esto cómo va? ¿Y eso siempre funciona de esa manera? Preguntamos, preguntamos, preguntamos y preguntaremos.
Es un arma de doble filo. Somos el niño que puede desnudar al Emperador, pero también el niño que tiene el valor de preguntar en voz alta. Ahí queda eso.