El poder del amor en el marketing
Cada vez está más claro que el precio (salvo en momentos de crisis económicas muy graves, como la que hemos vivido recientemente), no es un decisor suficiente para adquirir un producto.
Está demostrado que la emoción es la que acaba de dar un valor a la marca. El 70% de los consumidores está dispuesto a pagar el doble por poder adquirir el producto de su marca favorita. ¿Por qué? Porque la fidelidad no se compra con dinero.
Las marcas deben ser competitivas, nadie paga precios absurdos, esto es cierto. Pero, sobretodo, las marcas deben enamorar. Transmitir valores. Sensaciones. Emociones con las que nos podamos identificar. El cliente nos lo agradecerá con su fidelidad. Porque, aunque no lo parezca, somos bastante fieles a las marcas que nos gustan. Un 43% las mujeres y un 52% los hombres.
Está suficientemente probado. El mismo producto exacto, nos gusta mucho más si lleva la marca de nuestros amores.
Lo realmente difícil es encontrar ese camino, ese clic que nos convierta en Lovemarks y nos separe de la competencia y nos case con nuestros clientes. A partir, de ahí, se trata de mantener esa relación. Por eso, cada vez más, los anunciantes tienen hambre voraz de datos y más datos sobre sus consumidores. Por eso internet se ha vuelto una herramienta tan útil, y de ahí los grandes problemas que estamos viviendo con la gestión de los datos personales. Las marcas quieren conocernos bien, para estrechar la relación al máximo con nosotros.
Hay quien lo llama Precission Marketing. Realizar campañas muy personalizadas para llegar y conectar con nuestros consumidores. En realidad, se trata de un balance entre amor y respeto.
Pensemos en la fidelidad de los clientes de Apple ¿alguna vez le has preguntado a alguno si utilizaría otra marca? O intenta ofrecer Pepsi a un fan de Coca-cola…
El reto está servido: es fácil ver ejemplos en marcas grandes, pero esto también es aplicable a pequeño tamaño. Las marcas que asumen los valores más altos de amor y respeto, las Lovemarks, consiguen también unos niveles de fidelidad casi imposibles.