El sesgo de confirmación o cómo manipular tu mente
Aunque con toda la buena intención del mundo intentemos ser personas equilibradas independientes, neutrales, o imparciales, lo cierto es que estamos programados para tomar partido. Muchas veces incluso sin darnos cuenta.
Se llama sesgo de confirmación, y se trata de la tendencia de nuestro cerebro a aceptar o dar como buenos los razonamientos que más se acercan a nuestras convicciones. El concepto se acuñó en 1960, no es algo nuevo. Pero hoy cobra especial importancia por su aplicación al marketing.
Desde siempre, el sesgo de confirmación nos sirve para crear contenidos en la línea de lo que nuestros clientes aceptan. Los tests de producto o de campañas que utilizamos los publicistas buscan eso, encontrar los aspectos en los que nuestro público se siente más cómodo para utilizarlos y que los mensajes calen bien.
Que nuestra marca favorita refuerce nuestras ideas, o nuestra manera de pensar o ser nos identifica con la marca y fortalece los vínculos. Hasta el punto de convertirnos, en algunos casos, en defensores a ultranza.
¿Que usan música de nuestro grupo favorito? Nos gustará más el anuncio y nos lo creeremos más. ¿Qué el código de colores está en nuestro rango de gustos? Igual ¿Qué utilizamos un prescriptor con mucho tirón en nuestro grupo de edad? También suma puntos. Es una técnica que utilizamos todos en nuestro día a día. «Endulzar la píldora» para que pase mejor.
¿Cuál es el único inconveniente? Que hay que conocer bien a tu público. Preguntar, recabar información. Tener muchos datos. Saber detalles. Algo que antes se hacía muy complicado, pero que hoy el datamining está facilitando mucho. Muchísimo. A través, sobretodo, de redes sociales. Porque es donde exponemos nuestra vida. Y nuestros gustos. Cómo vestimos. Cómo comemos. Qué hacemos con nuestro tiempo libre. Qué no hacemos. Y muchas veces, directamente, exponemos nuestra ideología abiertamente.
El problema viene cuando estas plataformas sociales facilitan esos datos a terceros sin nuestro consentimiento. Conocemos muchos ejemplos. Sobretodo los recientes problemas de Facebook al respecto (y conste que no son los únicos). Es preocupante, porque puede hacer que la marca X construya su siguiente campaña con elementos que hagan que su producto nos resulte más atractivo. Y acabemos comprando.
Pero el auténtico riesgo es cuando los fines no son comerciales, si no ideológicos. Cuando el que compra los datos no es una marca si no un gobierno. Un partido. Un grupo de presión. ¿Se pueden ganar elecciones así? ¿Se puede cambiar la opinión de la población respecto a una ideología? Esto es algo que aún está por demostrar científicamente, pero está ahí, encima de la mesa. Ahora mismo. No pertenece al futuro. Pertenece al hoy.
Hay quien dice que un mensaje más “agradable” a nuestros oídos no significa que vayamos a comprar. O a cambiar de ideología. Que la capacidad intelectual de los seres humanos nos permite mantener el control de nuestra voluntad y la decisión final, en base a nuestros criterios.
Hay quien dice que no. Que cada vez somos más incultos, más crédulos… Que cada vez estamos menos preparados para combatir una opinión con racionalidad. Con argumentos. Que es más fácil dejarse llevar que decir que no.
Lo fácil es preguntarse si creemos todo lo que nos dicen en TV. O lo que leemos en las redes, o vemos en videos, o nos envían los amigos por Whatsapp. Eso sería lo fácil. Todos diremos que no. La auténtica pregunta es: ¿Cuándo fue la última vez que intentaste comprobar alguna de esas informaciones que dices que no te crees?
Si la respuesta es ninguna, preocúpate. Y mucho.